A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Milcíades, general ateniense, con solo doce mil hombres derrotó más de quinientos mil persas en los campos de Maratón en el año tercero de la olimpiada setenta y dos, con los cuales había invadido Grecia Darío Histaspes, rey de Persia. Dio otras batallas a los persas e hizo otros muchos servicios a la ciudad de Atenas, pero, temiendo sus paisanos que se hiciese tirano de ella, le pusieron en la cárcel, en la cual murió un año después de la batalla de Maratón.

Más sobre Milcíades
Capítulo I
Nobleza de Milcíades y esperanzas que dan sus prendas. Es elegido por respuesta del oráculo de Delfos para jefe de una colonia que va al Quersoneso. Llega a Lemnos: pretende que se le rindan los habitantes, que le niegan la obediencia con una respuesta jocosa. Su arribo al Quersoneso.
Milcíades, hijo de Cimón, fue natural de Atenas. Distinguiéndose él solo sobre todos tanto por la antigüedad de su linaje y gloria de sus mayores como por su modestia, y siendo de una edad que no solo podían ya sus ciudadanos concebir buenas esperanzas de él, sino aun confiar que sería tal cual le juzgaron, habiéndole experimentado, sucedió que (2) quisieron (3) los atenienses enviar colonos (4) al Quersoneso. Siendo grande el número de estos, y pretendiendo otros muchos acompañarles en esta emigración (5), se nombraron algunos de estos y fueron enviados a Delfos a consultar (6) de qué caudillo se valdrían con preferencia (7), pues entonces ocupaban aquellas regiones los tracios, con los cuales tendrían que pelear con las armas. A los que consultaban mandó terminantemente la pitia que tomasen (9) por su general a Milcíades; que, como así lo hiciesen, sería feliz su empresa (10).
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Con esta respuesta del oráculo, habiendo partido Milcíades con la escuadra al Quersoneso, con gente escogida, se acercó a Lemnos; y, queriendo reducir a la obediencia de los atenienses a los habitantes de aquella isla, y habiéndoles pedido (11) que esto lo hiciesen de su voluntad, respondieron ellos haciendo burla «que entonces lo harían, cuando, habiéndose él hecho a la vela de su casa, hubiese llegado a Lemnos con el viento aquilón» (12). Este viento, naciendo del septentrión, sopla de cara (13) a los que parten de Atenas. Milcíades, no teniendo tiempo para detenerse, dirigió el rumbo adonde caminaba y llegó al Quersoneso.
Capítulo II
Milcíades, después de vencer, enriquece a los suyos. Su prudencia, fidelidad, justicia, autoridad y buena correspondencia con los atenienses. Habiendo ido a Lemnos a pedir el cumplimiento de la palabra que le habían dado, se salen los habitantes y le dejan la isla.
Allí, deshechas en breve tiempo las tropas de los bárbaros (1) y habiéndose apoderado de toda la región a que se había dirigido, fortificó con castillos los lugares a propósito (2): colocó en aquellos campos la multitud que había llevado consigo, y los enriqueció con las frecuentes correrías (3).
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Y en esto no menos le ayudó su prudencia que su felicidad, porque, después de haber vencido por el valor de sus soldados a los ejércitos de sus enemigos, arregló las cosas con la mayor equidad (4) y resolvió quedarse él allí, pues tenía (5) entre ellos la autoridad de rey, aunque carecía de este nombre. Y esto no lo consiguió más por el mando que por su justicia (6), sin que por eso dejase de servir a los de Atenas, de donde había partido. Y estas cosas hacían que continuase (7) mandando seguidamente con gusto no menos de los que le habían enviado que de aquellos con quienes había partido.
Arreglado el Quersoneso de este modo, vuelve a Lemnos y pide que, en virtud de lo pactado, le entreguen la ciudad, pues habían dicho ellos que se entregarían cuando, habiendo partido él de su casa, hubiese llegado allí con el viento bóreas (8); que él tenía su casa en el Quersoneso.
Los carios, que entonces habitaban en Lemnos, aunque la cosa había sucedido muy de otro modo de lo que pensaron, movidos, no obstante, no de su palabra sino de la fortuna de sus contrarios, no se atrevieron a oponerse, y evacuaron la isla. Con igual felicidad sujetó al dominio de los atenienses las demás islas que se llaman Cícladas (9).
Capítulo III
Por este tiempo Darío, que hacía la guerra a los escitas, construyó un puente sobre el Istro: para que lo guardasen había nombrado gobernadores de algunas ciudades a varios de sus principales oficiales, siendo Milcíades otro de los que le merecieron esta confianza. Milcíades intenta la destrucción del puente y entran otros varios en este proyecto; pero, habiéndose opuesto Histieo con algunos, y viendo que Darío llegaría a saber su designio, se retira a Atenas.
Por estos mismos tiempos, Darío, rey de los persas, habiendo pasado su ejército (1) de Asia a Europa, determinó hacer la guerra a los escitas. Hizo un puente en el río Istro (2), por donde pasasen las tropas.
Dejó por guardas de este puente, mientras él estaba ausente (3), a los sujetos principales que había llevado consigo de Jonia y Eólide, a cada uno de los cuales les había dado el señorío perpetuo de sus mismas ciudades, pues pensó (4) que de este modo mantendría él con más facilidad bajo su dominio a los griegos que habitaban en Asia si entregaba la defensa de las ciudades (5) a sus amigos (6), a quienes, vencido él, no les quedase esperanza alguna de salvación (7). Milcíades fue entonces uno de aquellos a quienes se encargó la custodia del puente.
Aquí (8), llegando frecuentes noticias de que Darío lo pasaba mal y de que estaba apretado por los escitas, Milcíades exhortó a los guardas del puente: que no dejasen pasar la ocasión que la fortuna les presentaba para libertar Grecia, pues, si perecía Darío con las tropas que había llevado consigo, no solo estaría segura Europa, sino también quedarían libres los griegos que habitaban en Asia de la dominación de los persas y del peligro, y que esto se podía hacer fácilmente, pues, cortado el puente, moriría el rey dentro de pocos días o a manos de los enemigos o por la falta de víveres.
Inclinándose lo más a este consejo, se opuso a que se pusiese en ejecución Histieo de Mileto, diciendo que no era uno mismo el interés de ellos que tenían el mando absoluto y el del pueblo, pues su señorío estribaba en el reinado de Darío, muerto el cual, desposeídos ellos del mundo, serían castigados por sus ciudadanos (10); y así que tan lejos estaba él del parecer de los demás (11), que nada juzgaba que les era más útil que el asegurar el reino de los persas.
Habiendo seguido los más el parecer de este, no dudando Milcíades que sus consejos, sabiéndolo tantos, llegarían a los oídos del rey, dejó el Quersoneso y se volvió a vivir otra vez a Atenas. Aunque este consejo de Milcíades no tuvo efecto, es no obstante muy digno de alabanza, por haber sido más amante de la libertad de todos que de su dominación (12).
Capítulo IV
Intenta Darío conquistar Grecia. Da el mando de su armada a Datis y Artafernes. Envía con ellos doscientos mil infantes y diez mil caballos de desembarco. Conquistan los generales la ciudad de Eretria y desembarcan en el Ática. Temor de los atenienses, que dan aviso y piden socorro a los lacedemonios. Escogen generales, y entre ellos a Milcíades. Disputa entre los generales y dictamen de Milcíades.
Mas, habiendo vuelto Darío de Europa a Asia, exhortándole sus amigos a que redujese a su dominio Grecia, aprestó una escuadra de quinientas naves que puso al mando de Datis y de Artafernes, y les dio doscientos mil infantes y diez mil caballos, esparciendo la voz de que era enemigo de los atenienses (1), porque los jonios, con el auxilio de estos, habían tomado a la fuerza Sardes (2) y pasado a cuchillo sus guarniciones.
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Los generales del rey, habiendo arribado la escuadra a Eubea, tomaron inmediatamente Eretria (4) y, arrebatando a todos los ciudadanos de aquella nación, los enviaron a Asia al rey. De allí pasaron al Ática y, desembarcando las tropas, las condujeron al campo de Maratón. Este dista de la ciudad (5) como unos diez mil pasos.
Los atenienses, conmovidos con este alboroto (6) tan inmediato y tan grande, no pidieron auxilio a ninguna parte, sino a los lacedemonios, y enviaron a Lacedemonia a Filípides, correo de aquellos que se llaman hemeródromos (7) para que les hiciese saber que necesitaban de un pronto socorro.
Nombraron en la ciudad diez generales que mandasen el ejército, y entre ellos a Milcíades. Entre ellos hubo una gran altercación, sobre si se defenderían con las murallas (8) o saldrían al encuentro de los enemigos y les presentarían batalla.
Milcíades era el que más se empeñaba en que en la primera ocasión sentasen los reales (9): que, haciéndolo así, cobrarían aliento sus ciudadanos, viendo que no se desconfiaba de su valor, y los enemigos, por lo mismo, se entibiarían conociendo que se atrevían sus contrarios a pelear contra ellos con tan corto número de tropas.
Capítulo V
La ciudad de Platea es la única que socorre a los atenienses. Ardor del ejército, el cual se pone en batalla, escogiendo sitio ventajoso, con arreglo al dictamen de Milcíades. Los ataca el general Datis, pero es derrotado.
En este tiempo ninguna ciudad dio auxilio a los atenienses, sino la de los plateenses (1). Esta envió mil soldados, y así, con la llegada de estos (2), se completaron diez mil armados (3), tropa que ardía en un deseo admirable de pelear (4), por lo cual pudo más Milcíades que sus compañeros (5), pues, movidos por su autoridad, los atenienses sacaron las tropas de la ciudad y sentaron los reales en un lugar ventajoso.
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Después al siguiente día dieron el combate con la mayor fuerza (6), habiendo formado el campo de batalla al pie de un monte en frente del enemigo con un nuevo ardid (7), pues había árboles a trechos en muchos sitios: con este fin, lo uno para que estuviesen cubiertos con la altura de los montes; y lo otro, para que la caballería de los enemigos se embarazase con la extensión de los árboles y no los pudiese cercar su multitud.
Datis, aunque veía que el sitio no era ventajoso para los suyos, con todo, confiado en el número de sus tropas, deseaba venir a las manos, y más, porque juzgaba útil dar la batalla antes que viniesen al socorro los lacedemonios. Y así puso en orden cien mil soldados de a pie y diez mil de a caballo, y trabó combate, en el cual sobresalieron tanto en valor los atenienses que derrotaron un número diez veces mayor de enemigos; y tanto los aterraron que no se dirigieron los persas a los reales, sino a las naves (9). No hay cosa más celebrada hasta ahora que esta batalla (10), pues jamás un ejército tan pequeño ha abatido tantas fuerzas.
Capítulo VI
Reflexiones de Nepote sobre los premios y honores concedidos a los grandes hombres. Estatua que levantan en Atenas a Milcíades.
Parece que no es ajeno de este lugar referir qué premio se le dio a Milcíades por esta victoria (1), para que se pueda entender más fácilmente que la naturaleza (2) de todas las ciudades es una misma, pues, así como los honores de nuestro pueblo fueron en otro tiempo raros y sencillos (3), y por esta misma causa gloriosos, y ahora derramados y desestimados (4), del mismo modo sabemos que fueron antiguamente entre los atenienses, pues a este Milcíades, que había libertado Atenas y toda Grecia, se le hizo este honor en el pórtico, que se llama pécile, cuando se pintaba la batalla de Maratón: poner su imagen la primera en el número de los diez generales, y exhortar este a los soldados, y empezar la batalla (5).
Y este mismo pueblo, después que alcanzó mayor imperio (6) y fue corrompido por las dádivas de los magistrados, decretó trescientas estatuas a Demetrio Faléreo (7).
Capítulo VII
Nueva expedición en que Milcíades reduce varias islas y conquista otras: sitia la isla de Paros y aprieta el cerco. Accidente que le hace levantar el sitio, por lo que le acusan de traición, estando enfermo de las heridas que había recibido. Le defiende ante los jueces su hermano Tiságoras. Le imponen una multa y, por no poder pagarla, le meten en la cárcel pública, donde muere.
Después de esta batalla dieron los atenienses a este mismo Milcíades (1) una escuadra de setenta naves, para que hiciese la guerra a las islas que habían ayudado a los bárbaros, en cuyo mando obligó a las más a volver a su deber, y a algunas las tomó por la fuerza.
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De estas, no pudiendo reducir con razones a la isla de Paros, ensoberbecida con sus fuerzas, sacó las tropas de las naves, cercó la ciudad con obras y la privó de toda comunicación; después, habiendo construido las vineas y las testudines (2), se acercó más a los muros.
Estando ya para apoderarse de la ciudad, un bosque que había a lo lejos en el continente, que se divisaba desde la isla, se incendió una noche, no sé por qué casualidad. Su llama, luego que fue vista por los de la ciudad y los sitiadores, creyeron unos y otros que se había hecho señal (3) por los de la escuadra del rey, con lo cual los parios desistieron de la entrega, y Milcíades, temiendo que llegase la escuadra real, habiendo puesto fuego a las obras que había construido, se volvió a Atenas con el mismo número de naves con que había partido, con gran ofensa de sus ciudadanos.
Fue acusado, pues, de traidor, porque, pudiendo tomar Paros, se había retirado de la batalla sin haber hecho nada, sobornado por el rey. Estaba entonces enfermo de las heridas que había recibido en el ataque de la ciudad, y así, no pudiendo él por sí hacer su defensa, habló por él su hermano Tiságoras.
Vista la causa, fue absuelto de la pena de muerte, pero le multaron en dinero, y esta causa se tasó en cincuenta talentos, que es el gasto que se había hecho en la escuadra. No pudiendo pagar este dinero de pronto, fue puesto en la cárcel pública, y allí murió.
Capítulo VIII
Verdadera causa de la acusación de Milcíades. Significación propia de la palabra tirano. Prendas, autoridad y gloria militar de Milcíades, quien fue castigado siendo inocente.
Aunque Milcíades fue acusado por el delito de Paros, fue otra, no obstante, la causa de su condena, porque los atenienses, por la tiranía de Pisístrato, que había existido pocos años antes, temían mucho el poder de todos sus ciudadanos, y les parecía que Milcíades, que tanto tiempo había estado en mandos y magistraturas, no podría ser un particular (1), mayormente cuando la misma costumbre parecía que le arrastraría al deseo del mando, pues todos aquellos años que había habitado en el Quersoneso había obtenido un mando perpetuo y había sido llamado tirano pero justo, pues no lo había conseguido por la fuerza, sino por la voluntad de los suyos, y había retenido esta potestad por su bondad.
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Se tienen y se llaman tiranos todos aquellos que están con mando perpetuo en una ciudad que ha sido libre, mas en Milcíades había por una parte mucha humanidad y, por otra, admirable cortesanía, de manera que no había persona tan humilde que no tuviese franca la entrara para hablarle: era grande su autoridad en todas las ciudades; su nombre, célebre; y mucha, la alabanza de sus hechos militares.
Considerando el pueblo esto, quiso más que fuese castigado sin culpa que estar él por mucho tiempo en temor.
Notas
Capítulo I
(1) Por su buen porte.
(2) Cuando nuestro autor cuenta algún acaecimiento, usa por lo común el rodeo factum est, ut; accidit, ut, etc., que en la traducción se debe excusar, y así, unido este factum est, ut con el Athenienses vellent se ha de traducir solo quisieron o determinaron los atenienses.
(3) Determinaron.
(4) Una colonia.
(5) Salida.
(6) Aquí por lo común añaden las ediciones: qui consulerent Apollinem; pero esto es conocidamente una interpretación del deliberatum que significa consultar: lo mismo que el deliberantibus del capítulo segundo de Temístocles.
(7) A quien deberían nombrar para que les gobernase y mandase las tropas.
(8) La pitia. Así se llamaba la sacerdotisa de Apolo, nombre tomado de Pythius, que es uno de los sobrenombres de Apolo.
(9) Eligiesen.
(10) Tendría buen éxito su empresa.
(11) Mandado.
(12) O norte.
(13) Es contrario.
Capítulo II
(1) De los tracios: habitantes del Quersoneso. Los griegos orgullosos con su saber consideraban y llamaban bárbaros a todos los que no eran de su nación.
(2) Levantó castillos en los sitios ventajosos.
(3) Permitiéndoles que entrasen con frecuencia a robar en las tierras de sus vecinos.
(4) El estado político y militar con leyes justas y en que reinaba la igualdad.
(5) Teniendo.
(6) Lo que había conseguido, no menos por su justificado modo de proceder que con el motivo del mando.
(7) Con esto continuaba.
(8) Bóreas y aquilón son dos nombres de un mismo viento, que llamamos del norte o cierzo.
(9) Las Cícladas son varias islas del mar Egeo, llamadas así porque están en forma de círculo, teniendo por centro la isla de Delos.
Capítulo III
(1) Con su ejército.
(2) Danubio. Este es el nombre que tiene hoy.
(3) En su ausencia.
(4) Creyendo.
(5) De las colonias griegas de Asia.
(6) De Darío.
(7) De salvarse del peligro en que se verían.
(8) En esta coyuntura.
(9) A su ejecución.
(10) Serían víctimas del furor y resentimiento de sus ciudadanos.
(11) De adoptar el parecer de los demás.
(12) Por haber preferido la libertad de su pueblo a su propio interés de mantenerse reinando.
Capítulo IV
(1) Que aquellas fuerzas se dirigían contra los atenienses.
(2) El Sardis del texto es acusativo de plural griego contracto.
(3) Isla del mar Egeo: hoy se llama Negroponte.
(4) Ciudad de dicha isla.
(5) De Atenas. Por el nombre común ciudad entendían los griegos Atenas, como los latinos Roma.
(6) De guerra.
(7) Hemeródromos es palabra griega que quiere decir que corre un día, y así se llamaban ciertos postas de a pie que avanzaban gran espacio corriendo todo un día sin fatigarse.
(8) Dentro de la ciudad.
(9) Cuanto antes saliesen a acampar fuera de la ciudad.
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Capítulo V
(1) El Plataeentium del texto está regido por civitatem, que se sobreentiende.
(2) Con este refuerzo que les llegó.
(3) Combatiente.
(4) Tropa que deseaba con la mayor impaciencia llegar a las manos.
(5) Por lo cual prevaleció el dictamen de Milcíades al de los otros generales, sus compañeros.
(6) Con el mayor denuedo y un furor extraordinario.
(7) Usando una nueva estratagema.
(8) El texto en este pasaje desde el Deinde hasta el fin del párrafo, según unos intérpretes, está viciado; según otros, hay transposición y confusión: hay también variedad de lectura, pues en lugar del rarae que concierta con arbores se lee en algunos manuscritos satae, y en otros, stratae. El sentido es que al siguiente día los atenienses formaron a su gente al pie de unos montes en un sitio poblado de árboles en bastante extensión; habiendo elegido este sitio para estar a cubierto por una parte con la altura de las montañas, y por otra, para que la numerosa caballería de los enemigos con el embarazo de los árboles no los pudiese coger en medio; y dieron la batalla con el mayor denuedo y furia.
(9) Y tanto terror les infundieron a los persas que huyeron precipitadamente a las naves, dejando abandonados los reales.
(10) Batalla es esta la más famosa de cuantas se han dado hasta el presente.
Capítulo VI
(1) Cuál fue el premio que se le dio a Milcíades por esta victoria.
(2) La manera de proceder.
(3) Muy contados, y cosas de poco valor.
(4) Y ahora se dan a cualquiera y por cualquier motivo, y por lo mismo no se estiman.
(5) El premio que se le dio fue retratarle delante de los diez generales, cuando en el pórtico llamado Pécile (de una palabra griega, por la variedad de pinturas que en él había) se pintaba la batalla de Maratón, en además de exhortar al combate a los soldados y empezar la batalla.
(6) Cuando extendió los límites de su imperio y adquirió más poder.
(7) Llegó a decretar hasta trescientas estatuas a Demetrio Faléreo.
Capítulo VII
(1) Pusieron los atenienses al mando de Milcíades.
(2) Las vineas y las testudines eran unas máquinas de guerra compuestas de maderos y tablones que cubrían con cueros. Dentro iban a cubierto los soldados y, moviéndolas con ruedas, se acercaban a los muros de las ciudades para abrirles brecha y batirlos. Testudo significa también cierta formación militar en que, reunidos muy apretados un número de soldados, se cubrían todos con los escudos, poniéndolos de forma que en cierto modo imitaban el caparazón de la tortuga, de donde se le dio el nombre a esta formación.
(3) Que era señal que se hacía.
Capítulo VIII
(1) No se podría acomodar a vivir como un particular.