A continuación tienes uno de los personajes de los Hombres ilustres de Nepote, texto transcrito, modernizado, etc., por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com a partir de diversas fuentes.
El siguiente vídeo incluye una grabación de todas las Vidas (voz artificial); puedes usarlo a modo de audiolibro si te apetece. Inmediatamente después, un poco más abajo, tienes todo el texto.
Temístocles, capitán ateniense, fue tan licencioso en su mocedad que el padre le desheredó, y su madre se ahorcó de pesadumbre. Después reparó sus vicios con heroicas hazañas: tanto, que fue tenido por uno de los varones más ilustres de toda Grecia. La invadió Jerjes, rey de Persia, con un millón cien mil soldados y con mil doscientos navíos, pero Temístocles le venció en la batalla de Salamina en el año primero de la olimpiada 75.ª. Desterrado de Atenas Temístocles, se pasó a Persia, y a Artajerjes Longimano le hizo muchos y grandes honores. Murió en Magnesia, ciudad de Asia, en el año tercero de la olimpiada 78.ª.

Más sobre Temístocles
Capítulo I
Vicios de Temístocles en su mocedad, que compensa con muchas virtudes. Le deshereda su padre en castigo de su vida licenciosa, lo cual le hizo volver sobre sí. Se aplica por extremo a los negocios civiles y se hace famoso por este camino.
Temístocles, hijo de Neocles, fue natural de Atenas. Los vicios de su mocedad, cuando esta empezaba (1), fueron corregidos con sus grandes virtudes, de manera que ninguno es preferido a este, y pocos se juzgan iguales; pero se ha de empezar (2) por el principio.
Su padre Neocles fue noble. Este se casó con una ciudadana de Halicarnaso, de la cual nació Temístocles, quien, no siendo de la aprobación de sus padres porque vivía con desenfreno y descuidaba su hacienda, fue desheredado por el padre.
Esta afrenta no le quebró, sino que le enderezó (3), pues, juzgando que esta no podía borrarse sin suma industria, se entregó todo a la república procurando con diligencia adquirir amigos y fama.
Se versaba mucho en los litigios privados. Iba muchas veces a las asambleas del pueblo; no se trataba sin él cosa alguna de importancia, y hallaba prontamente lo que se necesitaba (4), y no estaba menos dispuesto a ejecutar las cosas que en proyectarlas, porque (como dice Tucídides) «de las cosas presentes juzgaba con mucho conocimiento, y de las futuras conjeturaba con tino», con lo cual en breve tiempo se hizo famoso.
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Capítulo II
Primera campaña en que Temístocles manda en jefe. Invirtiendo los caudales públicos mejor de lo que antes se había hecho, tripula una armada y rinde con ella a los de Corcira, limpiando el mar de piratas. Se habla de los grandes bienes que hace a los atenienses y a toda la Grecia. Con motivo de la invasión de Jerjes, consultan los atenienses el oráculo de Delfos; respuesta misteriosa del oráculo, que explica Temístocles.
Su primer paso para gobernar la república (1) fue en la guerra de Corcira: para hacerla, nombrado general por el pueblo, hizo más aguerrida a la ciudad, no solo en la guerra presente (2), sino también en adelante, pues, consumiéndose todos los años por las profusiones de los magistrados el dinero público que se sacaba de las minas, persuadió él al pueblo de que con aquel dinero se construyese una escuadra de cien naves.
Hecha esta prontamente, venció, primero, a los corcireos, y después, acosando a los piratas, dejó seguro el mar. Con esto enriqueció a los atenienses y los hizo muy diestros en la batalla naval.
De cuánta utilidad fue esto para toda Grecia se conoció en la guerra de los persas, pues, habiendo declarado Jerjes la guerra a toda Grecia por mar y tierra, la invadió con ejércitos tan numerosos que ni antes ni después los ha tenido alguno iguales, pues su escuadra fue de mil doscientas naves largas (3), a la que seguían dos mil de carga; y los ejércitos de tierra fueron de setecientos mil de a pie, y cuatrocientos mil de a caballo.
Habiendo llegado la noticia de su llegada a Grecia, y diciéndose que eran acometidos principalmente los atenienses (4), por causa de la batalla de Maratón, enviaron estos a Delfos a consultar qué debían de hacer en cuanto a sus cosas. A los que consultaban respondió la pitia que se fortificasen con murallas de madera.
No entendiendo ninguno qué significaba esta respuesta, les persuadió Temístocles de que era el consejo de Apolo (5) que se metiesen ellos con todas sus cosas en las naves, pues este era el muro de madera que quería decir el dios.
Aprobado este consejo, añaden a las anteriores otras tantas naves trirremes, y todas sus cosas que podían moverse las trasladan, unas a Salamina, y otras a Trecén; entregan la fortaleza a los sacerdotes y a algunos ancianos para el ejercicio de la religión y abandonan lo demás de la ciudad.
Capítulo III
Dictámenes contrarios a la explicación de Temístocles. Envían con Leónidas una tropa escogida que detenga por tierra al enemigo. Perece esta tropa. Batalla naval que da Temístocles sin ventaja de una ni otra parte.
El consejo de este (1) desagradaba a las más de las ciudades, y querían más que se pelease en tierra, y así fueron enviados con Leónidas, rey de los lacedemonios, soldados escogidos para que tomasen las Termópilas (2) y que no permitiesen que los bárbaros pasasen más adelante.
Estos (3) no sostuvieron (4) el ataque de los enemigos y murieron todos en aquel lugar, mas la escuadra combinada de Grecia, de trescientas naves, en la cual había doscientas de los atenienses, peleó primeramente junto a Artemisio, entre Eubea y el continente, con los de la escuadra del rey, porque Temístocles buscaba las estrechuras para no ser cercado de la multitud.
Aunque habían salido aquí con igual batalla (5), con todo no se atrevieron los atenienses a permanecer en el mismo lugar, porque había el riesgo de que, si una parte de las naves de los contrarios daba vuelta alrededor de la isla de Eubea (6), se hallarían cercados de dos peligros (7). Por eso se retiraron de Artemisio y colocaron su escuadra junto a Salamina enfrente de Atenas.
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Capítulo IV
Jerjes avanza hacia Atenas y la incendia. Los de la armada naval quieren retirarse sobrecogidos del miedo, pero Temístocles procura contenerlos; estratagema con que engaña al enemigo y le gana una batalla.
Mas Jerjes, habiendo tomado las Termópilas (1), se acercó sin detención a Atenas, y, no defendiéndola nadie, dio muerte a los sacerdotes que había encontrado en la ciudadela, y la destruyó con fuego (2).
Atemorizados con la noticia de ello los de la escuadra, no atreviéndose a permanecer allí y exhortando los más a que se retirasen cada cual a sus casas y se defendiesen con las murallas, solo Temístocles se opuso y decía que todos juntos eran iguales (3), pero dispersos les hacía saber que perecerían, y que esto sucedería así, se lo aseguraba a Euribíades, rey de los lacedemonios que tenía entonces el mando supremo.
No pudiéndole mover, como había querido, envió una noche a uno de sus esclavos, el más fiel que tuvo, al rey: que le dijese de su parte; que sus contrarios trataban de huir; que si se retiraban concluiría la guerra con más trabajo y más largo tiempo, viéndose precisado a atacarles separadamente, a los que, si luego los acometía, en breve los vencería a todos juntos.
Esto se dirigía a obligarlos a todos a pelear, aunque fuese contra su voluntad. El bárbaro, luego que oyó esto, creyendo que no había oculto ningún engaño, dio la batalla al día siguiente en un sitio el más incómodo para él, y al contrario ventajosísimo a sus enemigos, en un mar tan estrecho que no se pudo explayar la multitud de sus naves. Y en fin, quedó vencido, más por la astucia de Temístocles que por las armas de Grecia.
Capítulo V
Engaña Temístocles por segunda vez al enemigo y hace que se retire precipitadamente.
Aunque Jerjes había salido mal aquí (1), sin embargo eran tantos los restos que tenía de sus tropas que aun solo con estos podía destruir a sus enemigos. Entretanto se le hizo perder aquella buena situación (2), porque, recelándose Temístocles que continuase haciendo la guerra, le avisó que se trataba de cortar el puente que había hecho en el Helesponto y estorbarle la vuelta a Asia.
Y esto no lo persuadió, y así (3) se volvió a Asia en menos de treinta días por el mismo camino por donde había venido en seis meses, y creyó no que había sido vencido por Temístocles, sino que había sido salvado.
De este modo la prudencia de un hombre solo libertó Grecia, y Asia se rindió a Europa. Esta es otra segunda victoria que puede compararse con el trofeo de Maratón, pues, del mismo modo que allí, una escuadra, la mayor que se ha visto desde que hay hombres (5), fue vencida junto a Salamina por un pequeño número de naves.
Capítulo VI
Grandeza de ánimo de Temístocles en tiempos de paz. Obras magníficas con que fortifica Atenas. Procuran los lacedemonios impedirlas con pretexto del bien general de Grecia, pero en realidad es por recelar que, si se acaban, rivalizarían con ellos los atenienses. Envían embajadores para impedirlas y, suspendiéndolas momentáneamente, pasa Temístocles a Lacedemonia, dejando encargado que las prosigan con el mayor ímpetu.
Temístocles fue grande en esta guerra, y no menor en la paz (1), pues, usando los atenienses el puerto de Falero, que ni era capaz ni bueno, por consejo de este (2) se construyó el puerto de tres muelles del Pireo, y se rodeó de murallas, de modo que igualaba en hermosura la misma ciudad y la aventajaba en la utilidad.
También reedificó los muros de Atenas con especial riesgo suyo, pues los lacedemonios, hallando un pretexto especioso, por las correrías de los bárbaros, para decir que no convenía que hubiese ciudad alguna fuera del Peloponeso, para que no hubiese lugares fortificados que atraparan los enemigos, intentaron evitar a los atenienses que continuasen la obra (3).
Pero esto tenía otra mira muy diversa de lo que querían que pareciese, porque los atenienses, con las dos victorias (la de Salamina y la de Maratón), habían conseguido tanta gloria entre todas las naciones que estaban en la inteligencia los lacedemonios que habrían de tener altercados con ellos sobre la superioridad, por lo que querían que fuesen muy débiles.
Y luego que oyeron decir que se edificaban los muros, enviaron diputados a Atenas que evitasen que se hiciese esto (4). Mientras estos estuvieron presentes, dejaron de trabajar (5), y dijeron que les enviarían embajadores sobre aquel particular.
Temístocles tomó a su cargo esta embajada y partió él solo primero, y mandó que los demás embajadores saliesen cuando pareciese que los muros estaban ya a una suficiente altura; entretanto que trabajasen todos los esclavos y los libres y no perdonasen ningún lugar (6), ya fuese sagrado, ya profano, o bien particular o bien público; y que juntasen de todas partes lo que juzgasen a propósito para la fortificación. Por esto los muros de Atenas se construyeron de ermitas y sepulcros (7).
Capítulo VII
Habiendo llegado Temístocles a Lacedemonia, dilata el hablar a los magistrados, excusándose con que esperaba a sus colegas. Se queja de que crean falsedades, pide que envíen personas que se informen de la verdad, se queda entre tanto como rehén, y hace volver a sus compañeros dándoles instrucciones secretas. Cuando juzga que ya habrían llegado a Atenas, defiende con libertad la causa de su patria y rebate las injustas quejas de los lacedemonios.
Mas Temístocles, luego que llegó a Lacedemonia, no quiso presentarse a los magistrados, y procuró irlo dilatando lo más que pudo, dando por excusa que estaba esperando a sus compañeros.
Quejándose los lacedemonios de que la obra se continuaba no obstante, y que con este pretexto intentaba él engañarlos; entretanto llegaron los demás embajadores, por los cuales, habiendo sabido que no faltaba mucho de la fortificación (1), se acercó a los éforos de los lacedemonios, en quienes estaba la autoridad suprema, y les aseguró que era falso lo que les habían contado, y así que era justo que enviasen sujetos de distinción y probidad , a quienes se pudiese dar crédito, para que averiguasen la cosa; y entretanto lo detuviesen a él como rehén.
Se accedió a su propuesta y enviaron a Atenas tres embajadores que habían obtenido los principales empleos. Temístocles mandó a sus compañeros que partiesen con estos, y les previno que no dejasen volver a los legados de los lacedemonios hasta que él hubiese sido remitido (2).
Cuando le pareció que estos habrían llegado ya a Atenas, se presentó al magistrado y senado de los lacedemonios y confesó claramente delante de ellos con la mayor libertad: que los atenienses, por su consejo, habían cercado con murallas a los dioses públicos y a los suyos patrios y penates, para poder defenderlos más fácilmente del enemigo, lo cual podían hacer por el común derecho de gentes; y que en esto habían hecho una cosa no inútil (3) a Grecia, pues su ciudad estaba opuesta a los bárbaros, como un baluarte, junto a la cual ya dos veces había padecido naufragio (4) la escuadra del rey; que los lacedemonios obraban mal e injustamente, atendiendo más bien a lo que era útil a su dominación que al bien de toda Grecia, por lo cual, si querían recobrar a sus embajadores que habían enviado a Atenas, lo remitiesen a él, pues, de lo contrario, nunca los recibirían en su patria (5).
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Capítulo VIII
Envidiosos los atenienses de Temístocles, lo condenan, y él se retira a Argos. Envían los lacedemonios una embajada contra Temístocles a Atenas. Le vuelven a condenar los atenienses, y se retira a Corcira, de donde también huye. Estratagema con que logra la protección del rey Admeto, el cual, a instancias de los atenienses y lacedemonios, le hace salir de sus dominios. Se embarca disfrazado y corre varios peligros hasta llegar a Éfeso.
Con todo, no se libró del odio de sus ciudadanos, porque, por el mismo temor por el que había sido condenado Milcíades, arrojado de la ciudad por los votos de las tejillas (1), se retiró a vivir a Argos.
Aquí, viviendo con gran estimación por sus muchas virtudes, enviaron los lacedemonios embajadores a Atenas que le acusasen, ausente, de haber hecho liga con el rey de Persia para subyugar Grecia. En función de esta acusación fue condenado, en ausencia, de traidor.
Luego que oyó esto, pareciéndole que no estaba muy seguro en Argos, se fue a vivir a Corcira, y, advirtiendo allí que los principales sujetos de aquella ciudad temían que les declarasen la guerra por su causa los lacedemonios y atenienses, se acogió a Admeto, rey de los molosos, con quien tenía tratado de hospitalidad.
Habiendo llegado aquí (2) y estando entonces el rey ausente, para que, recibido, le defendiese con mayor religiosidad, asió a una hija suya pequeñita y se entró con ella en el sagrario, que se veneraba con gran ceremonia. De aquí no salió hasta que el rey, dándole la mano derecha, le recibió bajo su protección, que le cumplió.
En efecto, siendo reclamado a nombre del público por los atenienses y los lacedemonios, no entregó al refugiado, y le avisó de que mirase por sí (3), pues era difícil que estuviese seguro en lugar tan inmediato, y mandó que le condujesen a Pidna, y le dio la escolta suficiente (4).
Temístocles, oído esto, se embarcó sin que ninguno de los marineros le conociese; y como la embarcación fuese llevada de una gran borrasca a la isla de Naxos, donde estaba entonces el ejército de los atenienses, conoció Temístocles que, si llegaba allá, perecería.
Obligado de esta necesidad, descubre al dueño de la nave (5) quién era, ofreciéndole muchas cosas (6) si le salvaba; y él, compadecido de un varón tan esclarecido, tuvo anclada la nave un día y una noche en el mar lejos de la isla, y no permitió que saliese ninguno de ella. De allí llegó a Éfeso, donde desembarcó a Temístocles, quien después le correspondió agradecido como merecía.
Capítulo IX
Varían los historiadores sobre Temístocles, y Nepote sigue a Tucídides. Carta de Temístocles al rey Artajerjes pidiéndole su amistad y ofreciéndose a su servicio.
Sé que los más han escrito que Temístocles pasó a Asia reinando Jerjes; pero yo doy más crédito a Tucídides por ser el más inmediato en la edad a los que dejaron escrita la historia de aquellos tiempos y haber sido de la misma ciudad.
Este, pues, dice que Temístocles fue a la corte de Jerjes y que le envió una carta en estos términos: «Yo, Temístocles, he llegado a tu corte: el que ha hecho más daños que todos los griegos a tu reino, cuando me fue preciso hacer guerra a tu padre y defender mi patria; pero también he hecho muchos más buenos servicios (1), después que empecé yo a estar en seguro, y él en peligro, pues, queriendo volver a Asia, dada la batalla junto a Salamina, le avisé por una carta de que se trataba de deshacer el puente que había construido en el Helesponto, y que le cercasen los enemigos, con cuyo aviso se libró él del peligro. Y ahora me he acogido a ti, acosado por toda Grecia, solicitando tu amistad, la que, si consiguiere, me tendrás por un amigo, no menos bueno que él me experimentó fuerte enemigo. Y esto te pido (2), que para tratar de aquellas cosas, sobre las que quiero hablar contigo, me des un año de tiempo; y que, pasado este, me permitas que pase a verte.
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Capítulo X
Accede el rey a la petición de Temístocles y le regala tres ciudades. Opiniones sobre la muerte de Temístocles, cuyos restos son llevados al Ática.
El rey, admirado de la grandeza de ánimo de Temístocles y deseando ganarse un hombre como este, le concedió lo que le pedía.
Temístocles empleó todo aquel tiempo en aprender a escribir y hablar la lengua de los persas, en las cuales cosas quedó tan instruido que se dice que habló delante del rey con más desembarazo que podían haberlo hecho los que habían nacido en Persia.
Aquí (1), habiendo hecho muchas ofertas al rey, y lo que le fue de más agrado, que si quería usar de sus consejos (2), él sujetaría a Grecia con guerra, premiado con grandes dones por Artajerjes, volvió a Asia y estableció su domicilio en Magnesia, pues el rey le había dado esta ciudad usando de estas palabras (3): «para que le diese el pan». De esta región le redituaban cincuenta talentos cada año; a Lámsaco, «de donde tomase el vino» (4), y a Miunte, «de la cual tuviese la comida» (5).
De Temístocles permanecen hasta nuestro tiempo dos memorias. El sepulcro en que fue enterrado, junto a la ciudad; y unas estatuas en la plaza de Magnesia. De su muerte se ha escrito de varios modos por los escritores (6); pero yo doy más crédito al mismo Tucídides, que dice que murió de enfermedad en Magnesia, y no niega que corrió la voz de que había tomado veneno de su voluntad, desconfiando de poder cumplir lo que había prometido al rey sobre la conquista de Grecia. El mismo Tucídides escribe que sus huesos fueron sepultados en el Ática por sus amigos ocultamente, por prohibirlo las leyes, por haber sido condenado por traidor.
Notas
Capítulo I
(1) Los vicios del principio de su mocedad.
(2) Debemos empezar.
(3) Esta afrenta, en vez de abatirle, le hizo volver sobre sí.
(4) Y en cualquier asunto que ocurría hallaba pronta y oportuna salida.
Capítulo II
(1) El primer paso que dio para entrar en el gobierno de la república.
(2) Que entonces había.
(3) Naves largas son las naves de guerra.
(4) Que el golpe de la guerra iba a descargar principalmente sobre los atenienses.
(5) Que lo que Apolo les aconsejaba era.
Capítulo III
(1) De Temístocles.
(2) El estrecho de Termópilas.
(3) Esta división conducida por Leónidas.
(4) No pudieron resistir.
(5) Sin conocerse ventaja ni por una ni por otra parte.
(6) Doblaba el cabo de Eubea.
(7) Se verían entre dos peligros: acometidos por delante y por la espalda.
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Capítulo IV
(1) Habiendo forzado el paso de las Termópilas.
(2) Y no hallando en ella defensa, la redujo a cenizas habiendo pasado a cuchillo a los sacerdotes que había encontrado en la fortaleza.
(3) Podían resistir al enemigo.
Capítulo V
(1) De esta acción.
(2) En que se hallaba.
(3) Con este motivo.
(4) Creyendo que debía su salvación a Temístocles, cuando en realidad estaba vencido.
(5) Post memoriam hominum es literal: desde el tiempo de los hombres, desde que empezó a haber hombres. También se dice post homines natos (Cic. Pro Milone).
Capítulo VI
(1) En tiempo de paz.
(2) De Temístocles.
(3) De los muros.
(4) La obra.
(5) Suspendieron la obra los atenienses.
(6) Edificio.
(7) Con los materiales de las ermitas y sepulcros.
Capítulo VII
(1) Que la obra de los muros estaba ya casi concluida.
(2) Hubiese vuelto a Atenas.
(3) Útil.
(4) Había sido destruida.
(5) Los volverían a ver en su patria.
Capítulo VIII
(1) Por el ostracismo.
(2) A la corte de este rey.
(3) Que procurase ponerse a salvo.
(4) Dándole para su seguridad la escolta suficiente.
(5) Al patrón de la nave.
(6) Haciéndole muchas ofertas.
Capítulo IX
(1) Pero también son muchos más los buenos servicios que he hecho.
(2) Lo que te pido es.
Capítulo X
(1) En esta conferencia.
(2) Seguir sus consejos.
(3) Diciéndole que se la daba.
(4) Para el vino.
(5) Para el plato.
(6) Los autores que han escrito de Temístocles no convienen respecto a su muerte.