Este es un capítulo de La historia de los griegos (original: The Story of the Greeks, de Hélène Adeline Guerber), traducido y narrado por Francisco Javier Álvarez Comesaña para AcademiaLatin.com.
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El ejército de Jerjes marchó en diversas secciones por Asia Menor, y todas las fuerzas se reunieron en el Helesponto. Allí, el rey había ordenado que se construyeran dos grandes puentes: uno para las tropas y otro para la inmensa caravana que iba siguiendo.
En cuanto terminaron de construir los puentes, una tremenda tormenta los destruyó por completo. Al enterarse Jerjes del desastre, no solo condenó a los desafortunados ingenieros a muerte, sino que también hizo azotar las aguas con látigos, y ordenó encadenar el estrecho, para mostrar que consideraba al mar un esclavo rebelde que debía aprender a obedecer a su maestro.
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Entonces, sin achantarse tras el infortunio, el rey de Persia dio órdenes de construir nuevos puentes; y cuando estuvieron terminados, pasó revista a su ejército desde lo alto de un monte.
Sin duda la visión debió de haber sido imponente, y los cortesanos que estaban junto a él se sorprendieron al ver a su señor romper a llorar. Cuando le preguntaron por la causa, Jerjes respondió:
—¡Mirad esa imponente hueste, que ocupa todo lo que vuestros ojos alcanzan a ver! Lloro al pensar que dentro de cien años no quedará nada de ella, excepto, quizá, un puñado de polvo y unos cuantos huesos mohosos.
Sin embargo, el rey pronto se repuso y cruzó primero el puente, atendido por su escolta de soldados escogidos, que eran llamados Inmortales porque nunca habían sufrido una derrota. Todo el ejército iba detrás, y durante siete días y noches el puente resonó con el monótono caminar del ejército; pero, incluso cuando la retaguardia hubo cruzado el Helesponto, quedaban aún tantos esclavos y carros de avituallamiento que les tomó más de un mes cruzar.
Nunca se había visto una procesión como aquella. ¡Habría sido digno de ver a los niños y niñas que vivían por los alrededores contemplando la marcha de aquel inmenso ejército, que cruzaba sin descanso día y noche!
No solo vieron el sagrado carro tirado por ocho caballos blancos, la esplendorosa formación de los Inmortales, los bruñidos yelmos y armas de la infantería y los sedosos palios de los nobles, sino también incontables carros tirados por cuatro caballos y provistos de afiladas cuchillas a cada lado para cortar a los enemigos como si fueran trigo.

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Además de estas extrañas maquinarias de segar vidas, había muchos otros ingenios de guerra, todos ellos pensados para aterrorizar los corazones de los griegos y someter completamente al orgulloso pueblo que había derrotado tan gravemente a las tropas de Darío en Maratón.
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Para evitar que la flota fuera destruida, como lo había sido la de su padre, Jerjes había dado órdenes de hacer un gran canal a lo largo del istmo, que conectaba el monte Atos con el continente; y a través de él las naves cruzarían el promontorio sanas y salvas.
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